viernes, 10 de marzo de 2017

Apoyar las corridas de toros es enarbolar la bandera del estancamiento cultural

Pepe-Hillo, figura del toreo de la última década del siglo XVIII, en un grabado de Goya. Fuente: Taringa


La sociedad del siglo XXI se enfrenta, como ninguna otra hasta ahora, a un vertiginoso desarrollo producto de la innovación tecnológica y la aplicación técnica de los descubrimientos científicos, frente a ello hay dos claras posiciones, la apuesta a transformarse y adaptarse, o la de gritar “con mi forma de vivir no te metas”.

Sin importar cual posición se asuma, sabemos cuál es el final de la historia. Ya lo vivimos con la Revolución Industrial. El ludismo fue un movimiento encabezados por ingleses que se dedicaban a la confección, y que protestaron contra la presencia de las máquinas de hilar y el taller industrial. Su razón principal: “Las máquinas nos dejarán sin trabajo”.

Los de Ludd poco lograron, las máquinas le ganaron el paso por todo Reino Unido. En España el Ludismo se manifestó en diferentes oportunidades. Pero al igual que el mundo, la sociedad cedió ante lo inevitable.

Más de 200 años después nos imaginamos como un imposible que la sociedad niegue los beneficios que han traído las máquinas a nuestro nivel y calidad de vida, aún pese a las consecuencias negativas que han tenido para el Planeta; y para nuestra salud física, aumento radical de los índices de mortalidad por sobrepeso relacionados con la baja actividad física y el consumo elevado de alimentos procesados, y mental, con el aumento de trastornos psicológicos relacionados con el trabajo en fábricas y la deshumanización de los espacios naturales del hombre.

De estos 200 años el hombre puede concluir que el avance en las técnicas y desarrollo de la ciencia no está directamente relacionado con la evolución social. Prueba de ello es que seguimos teniendo problemas políticos, económicos y sociales con reacciones de los hombres que, a veces, nos regresan a épocas anteriores a la revolución industrial para poder explicarlas.

Pese a ello, elementos como la evolución del manejo de la información y la participación ciudadana han dado grandes saltos.

¿Qué arte hay en la muerte?

Es aquí, bajo este breve contexto que prefiero no llenar de citas para no pecar de cansón, en el que una actividad revive la lucha entre la ciudadanía informada y poseedora de la bandera del cambio y la evolución, y otra que esconde su miedo al cambio tras argumentos como: “la tradición, la cultura, la historia”.

Volviendo al punto de la revolución industrial, sí el argumento de la historia tuviera algún sentido para no evolucionar no estaríamos luchando contra los efectos del cambio climático producido por las máquinas que instalamos en cada rincón. Es más deberíamos abandonar la comodidad de los yates, cruceros y aviones, y volver a nuestra verdadera historia de la navegación, en botes de madera que se enfrenten a la desafiante mar sólo guiados por las estrellas, pero no por deporte o ser “cool”, sino llevando niños y mujeres, mercancía y vidas.

Leyendo esto, seguro dirían que se trata de la propuesta más irresponsable que han leído. Respetar, aprender y valorar la historia, no nos obliga a estancarnos. No hay vinculación entre uno y otro argumento.

¿Cuántas tradiciones no hemos abandonado en el tiempo por ser obsoletas?, nos desprendemos con facilidad de aquello que deja de representar un valor simbólico para asumir nuevas y excitantes experiencias, es parte de nuestra naturaleza. Gracias a ello dejamos de usar el garrote y aprendimos a cazar mejor.

¿Qué hay de arte en la muerte? Y más aún, que valor artístico puede encontrarse en un asesinato. Considerar que el animal no siente en la experiencia, es a estas alturas de nuestro desarrollo científico en cuanto a la percepción de los seres vivos, un sinsentido.   

Sería honesto de una vez, que quien defiende las corridas de toros, asumiera que no le importa, ni le preocupa que el animal sienta. En vez de tratar de negar de forma escurridiza que el toro sufre.

Esta sinceridad de los hechos nos ayudaría a desnudar un poco más lo que hay detrás de las ideas de quién defiende una corrida de toros.

Un ritual
Una vez conocí a un vecino que le gustaba atravesar gatos con un palo por su ano y destriparlos. Decía que era un ritual de domingo que le hacía sentir un buen cazador.

Estoy seguro que más de un defensor de los tiernos mininos que se ven por Internet comentaría este párrafo con infinidad de referencias de lo que haría con el palo y el ano de mi vecino.

Y estoy aún más seguro que entre estos defensores del “miau digital” existen algunos espectadores de las corridas de toros. “Es que no es lo mismo, la corrida es un ritual”.

Después de tener varios párrafos acorralando los argumentos que he leído y escuchado de los defensores de las corridas de toros, me queda el que más encanta en España, ese que hasta se hizo oficial:  

“Es el espectáculo de masas más antiguo de España y uno de los más antiguos del mundo”. Ante este poderoso argumento, me he de quitar el sombrero y decir. ¡Que es verdad!, que es un espectáculo antiguo, ya muy viejo, tanto que está oxidado de razón, vetusto de sentido, con tendencia al olvido por vergüenza, y ganas de que le dejen partir.


Hay que volver de las plazas de toros, museos, para apreciar el pasado de lo que alguna vez el hombre hizo, en aquella época en que, por el contexto y el tiempo, no se había evolucionado en el trato de los animales, y las formas de entretenimiento.