Si va a comenzar a leer este post puede colocar la canción
de Pink Floyd “The Wall”.
Levantarse casi de madrugada porque tiene que preparar todo
lo del día, la comida, desayunar, vestirse según las exigencias, apurarse,
¡apurarse!
Salir a darse trompadas con la otra gente que anda como
usted, apurado, tratando de ganar una lucha contra el inclemente reloj que
avanza, ¡corra! Que puede llegar 10 minutos tarde… Y entonces…
Si llega 10 minutos tarde puede ser que lo amonesten, o que
lo boten, además todos los demás ya corrieron su maratón para llegar a la
prisión, perdón, a la oficina… ¡Corra y siga leyendo!
Claro, porque usted debe leer, ver su teléfono, revisar
Twitter y Facebook mientras se pega con espaldas ajenas, a la par que su rostro
se frunce, los músculos se tensan, porque su cuerpo entiende que está en medio
de una guerra.
La terrible guerra de la mal llamada “productividad”.
Algunos mitos
En las sociedades occidentales se ha creado la falsa ilusión
de que llegar más temprano y a una hora en específico hará que el trabajo
colectivo sea más productivo. Seguramente esto tiene sus orígenes en algunas
escuelas positivistas de la cultura organizacional que establecieron los
principios del horario y la productividad hora/hombre.
Les invito a apasionarse en la lectura de la cantidad de
patologías psicológicas, emocionales y físicas que se han originado en el
nombre después de la Revolución Industrial.
Coloqué el tema de Pink Floyd porque de cierta forma está
identificado de una tendencia anti industrial que marcó buena parte del siglo
XIX y XX, algunos hombres culpaban a las máquinas de los problemas que estaban
sufriendo, pero la culpa nunca es de la tecnología, sino de quien la produce y
las normas que coloca.
Esas escuelas basaron sus principios en la “productividad”
un concepto que desde mi punto de vista ha arrojado demasiada basura al mundo
para lo poco que ha aportado.
Productividad es la causante de el exceso de contaminación
en el Planeta, a la par es la primera responsable en la desviación de las
conductas del hombre, y su ruptura con el mundo real.
En occidente productividad tiene que ver con cantidad: de
horas invertidas, de máquinas trabajando, de productos elaborados, de dinero
producido.
Pero nadie de esas escuelas pensó en las consecuencias que
traía la productividad, muy apasionados del pensamiento positivista, no
midieron otros aspectos que, en sumatoria, hacen de la productividad un
ridículo espectáculo que caduca.
Usted no sería capaz de correr un maratón hoy, evidentemente
si lo hace llegaría detrás o sobre la ambulancia, para un maratón la gente debe
prepararse.
Pues resulta que usted pasa 18 años de su vida (en América
esto no aplica, pues los niños deben salir a producir) y de sopetón le mandan a
correr el maratón.
Consecuencias
Usted está yendo contra su naturaleza, nuestro organismo
está diseñado fisionómica y orgánicamente para recibir “puntuales momentos de
estrés”, piense que es un tigre, tiene capacidad para gastar su energía
puntualmente en conseguir comida, luego debe reposar.
La mayoría de los animales tienen este sistema de “gastar
energía puntualmente”, por una cuestión de salud y de verdadera productividad.
El concepto de productividad no se asocia con cantidad sino
con focalización, “estar en el foco, dar en la diana”.
Evidentemente, esta carrera contra su naturaleza le trae
consecuencias a la vida humana incalculables.
Como son tan grandes voy a comenzar a explicarlas desde lo
particular y hacia lo global.
En usted el organismo comienza a generar dos venenosos
factores, productores de múltiples enfermedades emocionales y físicas: la
ansiedad y la angustia.
Ambas raíces de la depresión, y la frustración, que son
pasos progresivos hacia la neurosis y la psicosis.
Su cuerpo no se comporta racionalmente ante lo que usted le
somete, basta con leer el aumento de enfermedades mentales y emocionales que se
ha suscitado en los últimos dos siglos.
La locura es un trastorno complicado, existe desde la
antigüedad, pero sin duda en la sociedad moderna se llega más rápido a este
estado, y son más los casos.
Físicamente también se dan enfermedades producto de todo
esto, si bien en los anales de la historia se tiene conocimiento de estados de
locura antes de la revolución industrial, lo que no se tiene es registro de patologías
colectivas tan mortales como el cáncer.
Desde mi punto de vista, viendo a amigos y conocidos que han
padecido la enfermedad, y que en teoría son “sanos” y no tienen “vicios”, debo
atribuir su enfermedad a la forma en que llevan sus vidas, encajada en lo que
he explicado arriba.
Es sencillo, usted se está matando todos los días, y esto es
literal.
Socialmente comenzamos a producir espacios para la
violencia, la competitividad mal sana, lo que genera: envidia, odio, crímenes,
y mayor cantidad de estrés.
Sume que va tarde a su trabajo a que pelea con alguien en el
metro a diario, y ya tiene el caldo de cultivo para cualquier patología.
Hay entre todas estas enfermedades una que me llama la
atención, la necesidad de estar pendiente de la vida ajena. Es para mi esto una
patología con claros síntomas y patrones.
Estas personas que viven pendientes de “lo que el otro hace”
están enfermas, y deben recibir tratamiento, porque se vuelven realmente
improductivas, frustradas, y terminan siendo verdaderos estorbos en las
organizaciones.
En lo global, tenemos sociedades divididas, poco claras,
cansadas y resistentes a los cambios y a emprender con motivación ideas nuevas.
Producimos contaminación, gastamos nuestra vida, nos
enfermamos, morimos, matamos por producir cosas que duran días y terminan
contaminando el planeta por siglos.
En este proceso afectamos a las familias, criamos hijos
abandonados y débiles emocionalmente, hemos dejado que el hogar se contamine
como lo está nuestro trabajo.
La gente busca drenar todo el estrés de alguna forma, de
allí que los últimos dos siglos hayan sido los más bélicos de la historia
humana.
¿Por qué no cambiar?
Nuestros jefes han crecido en este ambiente, y los jefes de
ellos también lo hicieron, para ser exactos son como 200 generaciones bajo este
ambiente.
Nuestros jefes viven del miedo, porque sus cabezas y sus
negocios “dependen” según ellos creen, de que usted llegue a tiempo, cumpla,
haga, y si no lo hace hay que cambiarlo rápido, como el tornillo de una máquina
que falla.
A su jefe le interesa que usted se siente, y haga “lo que
debe hacer”, lo que pasa es que si usted hiciera lo que debe hacer no estaría
allí sentado. Y su jefe lo sabe, por eso busca la forma de recompensarlo para
que usted someta su vida a lo que él también hizo.
A un jefe no le interesa que su empleado se vuelva
emprendedor, porque tendría que dejarlo de ver como jefe para verlo como igual,
y eso es competencia.
Por eso, mientras más ideas usted tenga, más trabajo le será
asignado, porque usted es “bueno” mientras esté del lado de su jefe y a su
cargo.
Intente usted propiciar un negocio propio mientras trabaja
con su jefe y verá como esto se vuelve un problema, que hay que solucionar con
su despido.
Y su jefe no tiene la culpa, el responde al ritmo de una
sociedad que tiene 200 años enferma.
En conclusión, si a usted no lo mata el “trabajo productivo
occidental” y sus consecuencias, puede que termine reuniendo dinero para
retirarse a una casa de campo cerca de un río y pescar para tratar de descansar
sus últimos años de vida, sin darse cuenta que hubiera podido pasar toda su
vida pescando y siendo feliz.