17 días del primer mes del año 2022, llueve a cántaros, "hace viento" como dicen los abuelos, y permanece ese frío invernal propio de la época.
En una conversación digital sale el tema de los motivos para escribir. Son pasadas las 12 del mediodía, y en mi cabeza el eco de la Pandemia, del cambio climático, de la muerte de personas queridas, ya sea por las desgracias o por el ciclo de la vida misma, se ve cortado por la pregunta.
Que, ¿Por qué escribo?
Una respuesta sale, sola, como un suspiro. Porque me hace feliz.
No me considero un gran escritor, tampoco un majestuoso comunicador. Suelo ser bastante crítico conmigo mismo. Sé que siempre puedo ser mejor.
Pero, ciertamente, escribo porque me hace feliz, creo que un poco era lo que motivaba a aquél hombre prehistórico a tomar sangre, o cualquier cosa que sirviera como pigmento, y retenerla en los cachetes, y soplarla sobre sus manos contra la pared, para dejar huellas de su existencia. Huellas que hoy conocemos como los primeros pasos del arte.
Si lo que me hace feliz, te hace un poco feliz a ti, entonces ya eso sí que es un gran logro.