jueves, 29 de septiembre de 2022

¿Dónde estás, abuelo?

 


Dedicado a todos los abuelos, en cualquier momento y tiempo.

...

¿Dónde estás, abuelo?, no te miento con lo que siento.

Me pregunto, abuelo, ¿Dónde estás?...

Te imagino aquí a mi lado, así lo siento, mientras voy tomando decisiones.

Tu voz está en mi cabeza, y baja hasta mi corazón, con cada acción.

¡Abuelo!, ¿Dónde estás?, abuelo.

¿A quién le cuento lo que me preocupa ahora?, lo bien que me está saliendo,

los miedos que estoy sintiendo. ¿A quién?

¿Dónde estás?, abuelo, para decirme "quédate quieto", y a la vez, "no dejes de avanzar".

Cuando todo se oscurece, y en la oscuridad y en la lluvia no te veo,

siento que allí, parpadeando constantemente, con tu luz, estás.

miércoles, 14 de septiembre de 2022

El peor de los males, la muerte, no significa nada

Mis abuelos y Loreto


Mi casa en Caracas tenía una azotea que, cuando era pequeño, era común con mis abuelos y tíos. Ella tenía un muro verde que de altura me llegaba al pecho, y por encima del muro tenía unas vistas del maravilloso Ávila, y parte de mi barrio y mi ciudad.

Siempre había alguna herramienta útil para poder jugar, aunque juguetes nunca me faltaron. Pero yo me divertía con un tubo de papel, una brocha, un pedacito de tubo de metal, o cualquier cosa de la construcción de la casa que estaba por allí colocada. 

Imaginaba batallas titánicas en las que participaba. Sin saber que la lucha ya había comenzado el día en que nací.

Miraba mi cielo azul clarito con las nubes blancas, y esos colores que sólo tienen los cielos caraqueños, y como de pronto se derretía el azul ante los bordes imponentes de la montaña madre, de ella a mi casa venían siempre invitados: monos, cacatúas, búhos, murciélagos, loros. 

Era feliz, con esa felicidad que sólo se tiene una vez, porque no te cuesta nada; simplemente eres feliz sin tener que hacer nada para conseguirlo. 

Al girar, miraba a mi abuelo en su rincón trabajando sin parar, metiendo y sacando manteles de las 3 lavadoras que tenía, un sistema creado por él y mi abuela para poder lavar las fundas de las mesas de las agencias de festejos. Allí estaba, siempre riendo, siempre en calma, siempre fumando y diciéndome "Sauki, ¿Qué estás haciendo?, no te pongas a inventar, inventor".

A sus pies estaba Sultán, uno de nuestros amados perritos, negro como el azabache y adorable, no dejaba de venir a darnos amor, a jugar, siempre a nuestro lado.

Mientras, mi abuela planchaba cientos y cientos de manteles, no importa el tamaño o lo arrugado, aquellos manteles siempre quedaban lisos y listos. Y lo hacía con un cariño, a la par de planchar, contaba y anotaba, y jugaba con todos sus nietos. Vale decir, que mi abuela nunca aprendió a leer ni a escribir en una escuela.

Aunque era un niño, a veces, en aquella azotea, rodeado de tanta alegría pensaba en el día que la vida girara, no sé por qué ni de dónde me venían esas ideas, pero le oraba a Dios para que me alargara aquellas tardes...

¡Que tonto fui!, si hubiera aprovechado cada rato de reflexión para ganar más tiempo de ese momento. Porque el día que tanto temía llegó ese 18 de septiembre de hace 9 años, cuando mi abuelo partió de este mundo. 

Fue tan rápido, y en un momento tan difícil, que no pude despedirme de él. Mi madre sí pudo tomar su mano, pero yo ni siquiera pude verle.

Aún así, y aunque lloré mucho, no sentí que lo perdiera. Como un río que viene de frente, empezaron a llegar a mi cabeza todos los recuerdos, todas las conversas, las idas a por pan, los ratos de comer "pan con refresco", lo bien que la pasaba con su loro "Loreto". 

Ya no veía a mi abuelo en las comidas familiares, o en la cocina, o bajando los manteles de su camioneta, pero mi abuelo no había desaparecido, no del todo. Estaba en mi, estaba allí.

“El peor de los males, la muerte, no significa nada porque si somos, la muerte no es; si la muerte es, no somos.” Epicuro (341-270 a.C.), Carta a Meneceo.