Pepe-Hillo, figura del toreo de la última década del siglo XVIII, en un grabado de Goya. Fuente: Taringa
La sociedad del siglo XXI se enfrenta, como ninguna otra
hasta ahora, a un vertiginoso desarrollo producto de la innovación tecnológica
y la aplicación técnica de los descubrimientos científicos, frente a ello hay
dos claras posiciones, la apuesta a transformarse y adaptarse, o la de gritar “con
mi forma de vivir no te metas”.
Sin importar cual posición se asuma, sabemos cuál es el
final de la historia. Ya lo vivimos con la Revolución Industrial. El ludismo
fue un movimiento encabezados por ingleses que se dedicaban a la confección, y
que protestaron contra la presencia de las máquinas de hilar y el taller
industrial. Su razón principal: “Las máquinas nos dejarán sin trabajo”.
Los de Ludd poco lograron, las máquinas le ganaron el paso
por todo Reino Unido. En España el Ludismo se manifestó en diferentes
oportunidades. Pero al igual que el mundo, la sociedad cedió ante lo
inevitable.
Más de 200 años después nos imaginamos como un imposible que
la sociedad niegue los beneficios que han traído las máquinas a nuestro nivel y
calidad de vida, aún pese a las consecuencias negativas que han tenido para el
Planeta; y para nuestra salud física, aumento radical de los índices de
mortalidad por sobrepeso relacionados con la baja actividad física y el consumo
elevado de alimentos procesados, y mental, con el aumento de trastornos
psicológicos relacionados con el trabajo en fábricas y la deshumanización de
los espacios naturales del hombre.
De estos 200 años el hombre puede concluir que el avance en
las técnicas y desarrollo de la ciencia no está directamente relacionado con la
evolución social. Prueba de ello es que seguimos teniendo problemas políticos,
económicos y sociales con reacciones de los hombres que, a veces, nos regresan
a épocas anteriores a la revolución industrial para poder explicarlas.
Pese a ello, elementos como la evolución del manejo de la
información y la participación ciudadana han dado grandes saltos.
¿Qué arte hay en la muerte?
Es aquí, bajo este breve contexto que prefiero no llenar de
citas para no pecar de cansón, en el que una actividad revive la lucha entre la
ciudadanía informada y poseedora de la bandera del cambio y la evolución, y otra
que esconde su miedo al cambio tras argumentos como: “la tradición, la cultura,
la historia”.
Volviendo al punto de la revolución industrial, sí el
argumento de la historia tuviera algún sentido para no evolucionar no
estaríamos luchando contra los efectos del cambio climático producido por las
máquinas que instalamos en cada rincón. Es más deberíamos abandonar la
comodidad de los yates, cruceros y aviones, y volver a nuestra verdadera historia
de la navegación, en botes de madera que se enfrenten a la desafiante mar sólo guiados por las estrellas, pero
no por deporte o ser “cool”, sino llevando niños y mujeres, mercancía y vidas.
Leyendo esto, seguro dirían que se trata de la propuesta más
irresponsable que han leído. Respetar, aprender y valorar la historia, no nos
obliga a estancarnos. No hay vinculación entre uno y otro argumento.
¿Cuántas tradiciones no hemos abandonado en el tiempo por
ser obsoletas?, nos desprendemos con facilidad de aquello que deja de
representar un valor simbólico para asumir nuevas y excitantes experiencias, es
parte de nuestra naturaleza. Gracias a ello dejamos de usar el garrote y
aprendimos a cazar mejor.
¿Qué hay de arte en la muerte? Y más aún, que valor
artístico puede encontrarse en un asesinato. Considerar que el animal no siente
en la experiencia, es a estas alturas de nuestro desarrollo científico en
cuanto a la percepción de los seres vivos, un sinsentido.
Sería honesto de una vez, que quien defiende las corridas de
toros, asumiera que no le importa, ni le preocupa que el animal sienta. En vez
de tratar de negar de forma escurridiza que el toro sufre.
Esta sinceridad de los hechos nos ayudaría a desnudar un
poco más lo que hay detrás de las ideas de quién defiende una corrida de toros.
Un ritual
Una vez conocí a un vecino que le gustaba atravesar gatos
con un palo por su ano y destriparlos. Decía que era un ritual de domingo que
le hacía sentir un buen cazador.
Estoy seguro que más de un defensor de los tiernos mininos
que se ven por Internet comentaría este párrafo con infinidad de referencias de
lo que haría con el palo y el ano de mi vecino.
Y estoy aún más seguro que entre estos defensores del “miau
digital” existen algunos espectadores de las corridas de toros. “Es que no es
lo mismo, la corrida es un ritual”.
Después de tener varios párrafos acorralando los argumentos
que he leído y escuchado de los defensores de las corridas de toros, me queda
el que más encanta en España, ese que hasta se hizo oficial:
“Es el espectáculo de masas más antiguo de España y uno de
los más antiguos del mundo”. Ante este poderoso argumento, me he de quitar el
sombrero y decir. ¡Que es verdad!, que es un espectáculo antiguo, ya muy viejo,
tanto que está oxidado de razón, vetusto de sentido, con tendencia al olvido
por vergüenza, y ganas de que le dejen partir.
Hay que volver de las plazas de toros, museos, para apreciar
el pasado de lo que alguna vez el hombre hizo, en aquella época en que, por el
contexto y el tiempo, no se había evolucionado en el trato de los animales, y
las formas de entretenimiento.
2 comentarios:
Si en lugar de destinar miles de hectáreas al toro bravo, se destinaran a la vaca lechera, ya verían los suizos.
Muy buen análisis, jajajajaja.
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