Foto: Shauki Expósito / Pico Bolívar 2007.
Soy un hombre de guardar, siempre me ha gustado conservar.
Creo en el buen sabor de los recuerdos, y que son ellos quienes nos escoltan al
final de este puente entre eternidades.
Tengo varios años viendo como una tormenta le da vueltas a
todo aquello que conocía como “ser venezolano”. Y sin ánimo de juzgar lo que
está bien o está mal, tengo claras intenciones de aferrarme, de nuevo, a mis
recuerdos.
Hay personas que con una mirada enloquecida me responden que
sólo eso podré tener, recuerdos, porque más nunca volverán esos tiempos. Yo me
río, porque no saben el poder que tienen los recuerdos. Recordar es mantener
algo vivo.
Yo quiero mantener vivo al buen venezolano, aquél que alguna
vez tuvo la ilusión de querer un mejor país, que confió en cambiar las cosas
porque merecía algo mejor. Ese que ya venía quebrado desde hace tiempo tanto
moral, social y económicamente y se detuvo en 1998.
Desde allí, todo lo que viene es una suerte de desdibujo,
descomposición, desconstrucción de todo lo que significaba ser venezolano.
A veces creo que cargar la bandera, cantar tanto el himno, y
tatuarse los símbolos sólo han sido reflejos de mostrar lo que estábamos
perdiendo, nuestra verdadera identidad.
No reconozco en el presente nada de aquellos tiempos de mis
abuelos trabajadores, de mi país amable y digno, de mi gente fuerte y valiente.
Divertida y con sonrisas hasta en los peores momentos. Esa gente se ha
desvanecido, con todos sus sueños e ilusiones.
Yo sabía que algún día me tocaría salir de Venezuela, estaba
en mi ADN querer salir a recorrer el mundo entero, hacer de otras ciudades mis
segundas casas, era parte de mi sueño. Pero pensaba que siempre tendría un lugar
al que podía llamar mi casa. Mi hogar verdadero, mi bella Caracas.
Pero mi ciudad de techos rojos, mi ciudad educada, pujante,
eléctrica y dinámica, aquella que siempre se mostraba como la mejor de todo el
continente, se volvió gris, y se degradó. Se disolvió en la tristeza.
Cada vez que pienso en esto con tristeza, me viene aquella
cita histórica que versaba más o menos “Haré que todos olviden tu nombre, y la
de los tuyos, y tu historia para siempre, así dejarás de existir”. Y entonces
sé que mi mayor tesoro es mi recuerdo.
Caracas yo te recuerdo con amor, en la vigilia de volver a
tenerte, pujante, así sea a lo lejos, pero que vuelvas a ser la Caracas que
anhelo…
Entonces me atrevo, y a la frase de Gandhi “Podrán
golpearme, romperme los huesos, matarme, tendrán mi cadáver, pero no mi
obediencia” le agregaría, ni mis recuerdos...
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