lunes, 13 de junio de 2022

Otra manera de orar


De pequeño, nunca aprendí a temerte, porque mi encuentro contigo siempre fue para acobijarme y acompañarme en los momentos más duros que a esa edad me tocó vivir. 

De noche juntaba las manos, no me aprendí bien ninguna de las oraciones que decía la gente que te gustaba recibir. Siempre pensé que por ello me querrías menos. Pero pasó el tiempo, me aprendí todas las que pude, y fue cuando descubrí que las mejores fueron las que dediqué desde mi corazón.

Cuando iba a tu casa, mi corazón palpitaba con una fuerza inigualable, y sentía que el alma se me salía por el pecho, celebrando la alegría de tu presencia. Aprendí después que estabas en todas partes, y no sólo entre cuatro paredes. En especial, te podía encontrar en la mirada de otra persona, en la mañana más hermosa o la noche más oscura. Allí, siempre estabas.

Pensaba que quién te alababa ya era buena persona, pero luego entendí que primero se es buena persona para que las alabanzas tengan sentido alguno.

Crecí, y las ideas, las ciencias y la razón parecían alejarme de ti. No había espacio en mi cabeza para ambos. Y entonces dudé. Como aquél que teniendo una vida maravillosa duda de todo lo bueno que le pasa.

Cuando más dudaba, más estabas allí, tocando la puerta, dejando notas debajo de la puerta. Y entonces volví a dudar. Pero mi cabeza me decía: "es la casualidad, seguro tiene una explicación, es suerte".

En un momento llegué a pensar que no había nada más grande que el hombre. Me avergoncé de pensar aquello, ¿Cómo era posible que yo pensara eso?, de ser así, tu no existirías.

Y pensando, y pensando, un día caí en cuenta que, detrás de ese mismo pensamiento, estabas tu. Allí, sonriente como siempre, esperando al niño que está aprendiendo a caminar por la vida. ¿A quién le iba a importar más que yo pensara que no había nada más inmenso que tu propia creación?, obvio que a ti.

Y allí vi como todas las ciencias se volvieron una forma humana de darle sentido a tu obra, todas a tu servicio para hacernos entender cómo hiciste este lugar, espacio, tiempo.

Y aún así, pensé entonces que tu existencia no tenía sentido, si había espacio para la maldad en el corazón del hombre, para que fuese capaz de matar, de dañar, de destruir. Pero, una vez más, estabas allí para oírme preguntarme y responderme. Esa maldad no era tuya, no estaba colocada por ti, era un sentimiento que nacía de la desviación de nuestra propia libertad. Y justamente, de personas que, aún alabándote, eran incapaces de reconocer que cualquier acto, así sea en tu nombre, contra otro hijo tuyo, sólo se traduce en una expresión de ese mal. 

Hoy vuelvo de nuevo a juntar mis manos, como lo hacía de pequeño, noto que he cambiado, pero tu sigues allí, igual que cuando no me sabía ninguna oración de esas que decía la gente que te gustaba escuchar.




No hay comentarios: