Si tuviera hambre no pediría dinero, pediría comida
He aprendido de varios maestros una suerte de conjuro que me
permite mirar alrededor mientras el tiempo pasa, puede no poseer mucha magia,
pero resulta encantador aplicarlo.
Observando en
Chacaito
Este arte del observar, más que mirar, consiste en detenerme
un segundo en una esquina de cualquier lugar y aislarme de cualquier actividad,
para poder ver a todos desde afuera.
Es increíble todo lo que se puede descubrir, a veces encantador,
a veces algo vergonzoso como lo de hoy.
Mientras desayunaba y observaba, al lugar donde comía
entraron un par de personas, acompañadas de un niño algo despeinado y sucio que
venía por su cuenta. Apenas entraron y a espaldas de todos menos de mi mirada,
el hombre le hizo una seña a la mujer, y esta comenzó a pedir dinero mesa por
mesa desde el lado derecho del local, diciendo que era para su desayuno.
Inmediatamente el hombre tomó de la mano al niño, de forma
arregañadiente, y comenzó a pedir dinero por el lado derecho.
Evidentemente, casi nadie le dio dinero, sólo un par de
incautos que se enternecieron ante la imagen del niño o atemorizaron ante la
imagen violenta del hombre.
Luego de este instante que no superó los 10 minutos, la
mujer salió del local, y unos instantes después salió el hombre, de nuevo de
espaldas a todos, la mujer dio el dinero al hombre, y este soltó al niño
despreocupadamente.
Unos metros más allá de la entrada del local, el hombre
agarró a la mujer por las caderas y le clavó un morboso y repugnante beso de
lengua en pleno estacionamiento, mientras el niño veía y se quejaba.
El hombre, entonces tomó una camioneta por puesto, y la
mujer tomó al niño de la mano y se sentó en una esquina a pedir dinero.
El ejemplo
No podemos reconocer que tipo de relación, si la hay, existe
entre estas personas, pero lo que es evidente es que esa criatura de apenas
unos 7 años está recibiendo uno de los peores ejemplos sociales que pudiera
dársele.
Por un lado, la eterna impresión de que al dinero se puede
acceder fácilmente de una manera truculenta y timando a los que honestamente se
lo ganan.
Segundo, que siempre se debe dar lástima, y desde allí optar
por la ayuda que se merece de parte de los otros. Además de un trato
despreciable y deplorable hacia la mujer.
Y esto es sólo lo visible, no sabemos si detrás, en los
rincones de la oscuridad que les permiten las calles caraqueñas, exista el
consumo de drogas y la abundante presencia del alcohol.
Bajo esta condición que reproduce un inframundo a orillas de
la mecánica y consumista sociedad, crecen los hijos del abandono y la miseria.
Por ello las medidas del Estado, por más que sean proteccionistas y eficientes,
no podrán nunca darse abasto.
Porque para este grupo de personas la zona más cómoda es
permanecer en las penumbras de la sociedad, viviendo de la obtención del dinero
fácil, del día al día, del “dame algo para desayunar”. Se han adaptado a vivir
en una sociedad, que a su vez les deja de ver y les da dos monedas.
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