El Circus Maximus, ubicado entre el monte Palatino y el Aventino, en pleno corazón del valle de la ciudad de Roma, en un principio fue un espacio para la diversión de los reyes Etruscos que gobernaron la ciudadela. Los primeros juegos romanos o Ludi Romani fueron organizados por un señor muy creativo, el Rey Lucio Tarquinio Prisco, quinto gobernante del linaje Etrusco. Guerrero, autoritario y urbanista, todo un ejemplo a seguir para cualquier político modernista y progresista de la actualidad, fue a este majestuoso personaje al que se le ocurrió construirse un palacio donde su silla fuera tan grande que todo el mundo pensara que era un Dios.
Para masacrar a los Sabinos y someter a ese pueblo al vasallaje, necesitó industrializar los conocimientos de guerra romanos, y perfeccionó las máquinas de guerras creadas por Julio César, en lo que sería la primera industria en serie de armas romanas pesadas.
¿Mucho parecido con la actualidad?, espere, aún hay más. Cansado de la vida común de un Rey, el aburrido monarca decidió construir una pequeña zona de juego para los ciudadanos y para él, algo sencillo en comparación con su nobleza, ¡hagamos el Circo Romano!.
El destino del pobre Tarquino no fue tan bueno como el de su creación, para que lo sepa, el pobre hombre, como todo mortal, murió asesinado vilmente y su esposa asumió el mando de Roma.
Una vez muerto el Rey, el Circo que era para divertir a los ciudadanos con carreras de caballos y obras conmemorativas de batallas de las élites imperiales, se convirtió en un lugar un poco más serio. Empezó a aparecer la gente que quería ¡más y mejor circo!, más realidad, más dureza. Entonces el Circo Romano se profesionalizó y nació la figura de los Gladiadores, verdaderas máquinas de golpes, muchos de ellos mercenarios y carniceros obligados a trabajar en este terrible y mortal empleo, con un solo fin, entretener a la gente.
Ni hablar de la cantidad de historia que se ha escrito y hasta visto en películas, sobre la vida de los pobres gladiadores y su amarga suerte. La entrada era carísima para ver un espectáculo, había reservación de puestos por clase social, comida y servicios públicos. Cualquier ciudad que quisiera ser civilizada o estar a la moda no podía dejar de tener su Circo Romano.
Como plaga se contaminó el deporte nacional romano de dar carajazos, tan tristemente se divulgó, que en la historia de una brillante civilización que desplazó la importancia de la Griega, esto quedó como una mancha gris. Mucho más oscura, después de lo que muchos Gladiadores fueron obligados a hacer a los pobres Cristianos perseguidos. Historia de otra espada.
No pasa el tiempo
No sé a usted querido lector, pero a mi me parece esto tan similar a lo que vivimos hoy en día, que lo único que me sobra es la cámara de televisión, para reconocer que, aunque pasan los años y se desarrolla la tecnología; intelectual y moralmente seguimos siendo muy primitivos.
¿No me cree?, muy bien, cambiemos los escenarios de época, sustituiremos algunas cosas, lo primero es la tierra por grama, las armas por un balón redondo de cuero, los contadores de piedra por una pizarra electrónica, los círculos por porterías y rayas, y a los gladiadores por futbolistas.
Impactante, ¿no?, cualquier amante del deporte, como lo soy yo mismo, podría pegar un grito al escuchar la comparación de algo tan sublime como el fútbol con algo tan vil como la lucha de Gladiadores del Circo Máximo. Pero es lo mismo en tiempos diferentes.
Cuando el fútbol comenzó como deporte, nació de la fila de estudiantes ingleses interesados en hace civil un juego de contacto físico demasiado agresivo, así nació el balompié o fútbol, un deporte con cierta rudeza pero apto para jóvenes de cierta clase social inglesa, que no querían andar sangrando todo el tiempo.
En sus inicios este deporte era divertido, hasta familiar, y ¿por qué no? Enviciante… Y es justamente este su mayor pecado, por el vicio y la afición que causa, no pasó mucho tiempo en convertirse en un deporte profesional, y correr la misma suerte que las actividades del Circo Máximo.
Empezó la gente, y en este caso las grandes empresas transnacionales, a ver el valor económico de este deporte, y el futbol tomó otro color, otro sabor y otro destino.
Ciertamente no hay leones, pero, ¿a quién les hace falta teniendo a Messi o a Etoó?, la competencia se ha vuelto muy ruda en el campo, los modernos gladiadores con tacos y short ya no pueden disfrutar el balompié, ahora deben dar el máximo y morir si es necesario, por un único fin, entretener.
El placer de ver sufrir
Con la muerte del jugador sevillista Antonio Puerta, se abre nuevamente el capítulo de las famosas muertes súbitas, una realidad que aqueja a nuestras modernas máquinas de entretenimiento.
La muerte súbita es simplemente la agudización de una cardiopatía o enfermedad de las vías circulatorias, que ocurre cuando no se detecta una falla genética o riesgo clínico, y el cuerpo de un ser humano es exigido a niveles fuera de lo normal. Como en el caso de nuestros deportistas.
En la antigüedad, cuando un Gladius moría a causa de una herida hecha por la espada española que le dio el nombre a los Gladiadores, la gente aplaudía de emoción por la vida entregada en este afanoso deporte romano. Hoy no aplaudimos, pero nos falta poco.
No dejamos de ver, sorprendidos, las imágenes por televisión de Puerta desplomarse, que se suman a las del jugador del Benfica portugués, Miklos Feher, entre tantos otros que han dejado su vida en la arena moderna.
Una simple reflexión
No sé si algún filósofo romano se haya cuestionado el Circo que montaban los gobernantes de su época, me imagino que con su objetividad y capacidad para observar, alguno debió hacer algún comentario. Yo, ni a mínimo interés de convertirme en filósofo, si me atrevo a realizar una pequeña reflexión.
Después de tantos siglos de vida, y de aprendizaje como especie sobre este sabio Planeta azul, aún en pleno siglo XXI podemos premiar y seguir aplaudiendo y comprando entradas a alto precio para ver como sufre gente en un espacio y tiempo, simplemente para entretenernos un rato. ¿No habrá cosas más inteligentes y productivas que hacer?, y en beneficio de los que aman el deporte, ¿No podrá tener nuevamente el sentido que debe tener? Si en el pasado los avaros del sufrimiento y el negocio transformaron el Circo Romano, seguiremos permitiendo que en el presente lo hagan las grandes compañías? No sé si son grandes preguntas para algo tan simple, pero me la pensaré dos veces la próxima vez que grite, ¡gol!
2 comentarios:
Estoy de acuerdo contigo en cuanto a la mercantilización del fútbol. En este sentido pienso que los salarios de algunos jugadores dejan mucho que desear, ya que son elevadísimos. Sería todo un tema de debate cuanto debe ganar un futbolista frente a un ingeniero, un doctor o el presidente de un país, por ejemplo. Igualmente no consiento el hecho de que en algunos países los precios de las entradas reserven el seguimiento de este deporte solo para una reducida elite económica. ¡Afortunadamente nadie puede prohibirnos jugar fútbol!
Tengo que decir a favor de de los protagonistas de nuestro circo, que en muchos casos conservan la esencia de este maravilloso deporte y podemos dar cuenta de esto en actuaciones como la de Zinadine Zidane en el más reciente mundial, la forma como se disputan muchos de los partidos de la Liga de Campeones de Europa y ¿Por qué no? de nuestra cada vez más apasionante Copa Libertadores de América.
Para finalizar, no veo por qué tendría que volverse costumbre a partir de ahora esto de la muerte súbita, honestamente no recuerdo ningún acontecimiento de este tipo sino desde hace muy poco. ¿Qué hacen ahora que no hacían antes? Tal vez la respuesta a esta pregunta sirva para ponerle un alto a este fenómeno.
Muy buen análisis Gabriel, tu pregunta final da pie a construir nuevas ideas sobre que están haciendo los deportistas ahora, que antes no... Ya nos quedó claro que la exigencia externa influye mucho en lo que está pasando. Sería muy bueno investigar sobre tu pregunta, si te animas puedes escribirnos algo al respecto y lo colocamos como una entrada en el blog.
¡Muchas Gracias!
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