Ayer abría un frasco de confituras de manzanas con mis manos, mientras me llegaba el aroma de la dulce fruta a mi nariz, pensaba en cómo era la vida de aquellos niños suramericanos indocumentados que trabajan ilegalmente como recolectores de frutas en Estados Unidos, muchos de ellos con incapacidad para usar sus manos y sin la oportunidad de llevarse una manzana a la boca.
Ser todo y todavía ser yo
Es muy extraña la sensación de la omnipresencia, una cualidad que durante años se le reservó sólo a Dios, pero que sin duda, una pequeña porción de ella fue dada a sus hijos para sacarle un provecho incalculable, estar presente en esos lados donde quisiéramos estar pero no podemos hacerlo.
Un faro
Podría tener similitud esta sensación, con aquella función que tiene un faro, está presente en un punto fijo, pero él desde allí puede ver toda la costa, la montaña, la playa, y mucho más allá. De este punto se desprende uno de los beneficios de la omnipresencia, poder ayudar y guiar a otros en las tormentas…
Cómo el faro, igual es el cura en la iglesia, cuando desde el altar habla a sus devotos, igual al político en la palestra pública, es esa cualidad de guiar a sus seguidores hacia un feliz arribo, o la terrible intención de dejarlos a la deriva.
En ese poder de estar aquí y ahora, pero, a la vez, estar en los sonidos del rebote de un balón por unas escalinatas de un barrio en Beirut. Ese don de oler el aroma de una orquídea venezolana, y a la vez, oler el aroma de unos lirios en Hungría, es sin duda el poder que todo escritor ansía. Es el secreto de la música, de la letra, la universalidad de las cosas, eso que nos hace comunes, cercanos.
Buscando
En un Mundo que persigue descubrir todo aquello que nos diferencia del otro, poder encontrar lo que nos une, es una tarea titánica. La omnipresencia tiene esa otra cualidad, encuentra con facilidad lo común de todos los lugares.
Pero como el faro, los políticos, y los curas, así como pueden detectar tormentas a gran distancia y guiar para bien o mal a los demás, no pueden verse sus propios pies.
A veces podemos dar un consejo muy útil a alguien, a algunos ó a muchos, pero como nos cuesta vernos los pies, y no por un exceso de barriga.
Al faro le va creciendo moho en las paredes, empieza desde abajo, y si no se le limpia, alimañas y moho acaban con él. Al igual pasa con los buenos curas y los deslumbrantes políticos, que hacen de la vida pública su vida y olvidan revisar de vez en cuando su interior.
Movimiento
Si el faro pudiera, le encantaría moverse de su colina, siempre el mismo suelo, y la misma vista le marean, al igual que a curas y políticos les pasa. Cambiar es una opción reservada para aquellos que sobreponen, en algún momento, su interior por encima de ayudar a los demás. Y lo maravilloso es que todo cambio trae consigo nuevas cosas, es como si el faro pudiese moverse, seguro vería más costa, y se daría cuenta que más allá de donde estaba hay una mejor playa, igualmente si el hombre cambia, ve otras costas, otros horizontes.
En un Mundo donde las perspectivas deciden todo, y en el que es necesario amar y sentir más que pensar o esquematizar, se hace indispensable que aquél que puede disfrutar de la omnipresencia se revise constantemente, cambie, y por sobre todas las cosas, no permita que las tormentas empañen su atinado cristal.
Todos tenemos algo de curas, políticos y faros, y el amor por los demás implica sin duda, sacrificio, mucho sacrificio.
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Es muy extraña la sensación de la omnipresencia, una cualidad que durante años se le reservó sólo a Dios, pero que sin duda, una pequeña porción de ella fue dada a sus hijos para sacarle un provecho incalculable, estar presente en esos lados donde quisiéramos estar pero no podemos hacerlo.
Un faro
Podría tener similitud esta sensación, con aquella función que tiene un faro, está presente en un punto fijo, pero él desde allí puede ver toda la costa, la montaña, la playa, y mucho más allá. De este punto se desprende uno de los beneficios de la omnipresencia, poder ayudar y guiar a otros en las tormentas…
Cómo el faro, igual es el cura en la iglesia, cuando desde el altar habla a sus devotos, igual al político en la palestra pública, es esa cualidad de guiar a sus seguidores hacia un feliz arribo, o la terrible intención de dejarlos a la deriva.
En ese poder de estar aquí y ahora, pero, a la vez, estar en los sonidos del rebote de un balón por unas escalinatas de un barrio en Beirut. Ese don de oler el aroma de una orquídea venezolana, y a la vez, oler el aroma de unos lirios en Hungría, es sin duda el poder que todo escritor ansía. Es el secreto de la música, de la letra, la universalidad de las cosas, eso que nos hace comunes, cercanos.
Buscando
En un Mundo que persigue descubrir todo aquello que nos diferencia del otro, poder encontrar lo que nos une, es una tarea titánica. La omnipresencia tiene esa otra cualidad, encuentra con facilidad lo común de todos los lugares.
Pero como el faro, los políticos, y los curas, así como pueden detectar tormentas a gran distancia y guiar para bien o mal a los demás, no pueden verse sus propios pies.
A veces podemos dar un consejo muy útil a alguien, a algunos ó a muchos, pero como nos cuesta vernos los pies, y no por un exceso de barriga.
Al faro le va creciendo moho en las paredes, empieza desde abajo, y si no se le limpia, alimañas y moho acaban con él. Al igual pasa con los buenos curas y los deslumbrantes políticos, que hacen de la vida pública su vida y olvidan revisar de vez en cuando su interior.
Movimiento
Si el faro pudiera, le encantaría moverse de su colina, siempre el mismo suelo, y la misma vista le marean, al igual que a curas y políticos les pasa. Cambiar es una opción reservada para aquellos que sobreponen, en algún momento, su interior por encima de ayudar a los demás. Y lo maravilloso es que todo cambio trae consigo nuevas cosas, es como si el faro pudiese moverse, seguro vería más costa, y se daría cuenta que más allá de donde estaba hay una mejor playa, igualmente si el hombre cambia, ve otras costas, otros horizontes.
En un Mundo donde las perspectivas deciden todo, y en el que es necesario amar y sentir más que pensar o esquematizar, se hace indispensable que aquél que puede disfrutar de la omnipresencia se revise constantemente, cambie, y por sobre todas las cosas, no permita que las tormentas empañen su atinado cristal.
Todos tenemos algo de curas, políticos y faros, y el amor por los demás implica sin duda, sacrificio, mucho sacrificio.
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