Llega un momento en la vida de cualquier persona, que tras haberse dado cuanto porrazo y golpe contra las mismas piedras, se coloca de pie, aún con los rosetones de los puñetazos y con la respiración entrecortada, y dice: “Ok, está bien, ya aprendí”…
Vivencias…
Voy a romper con el cliché no por ser un pensador malcriado, sino porque realmente me parece que uno no sólo aprende de sus errores, también lo hace de sus aciertos y sobre todo de los empates, en donde al parecer nadie pierde y nadie gana.
Realmente creo que aprendemos de nuestras vivencias, en un porcentaje significativo, pero a la vez condicionamos lo que vivimos por las experiencias de los otros. Quién nos lleva más ventaja en el camino nos da pistas de la próxima curva, a veces lo escuchamos, y otras tantas queremos dar la vuelta como nos viene en ganas.
Y no siempre el mismo que tenía ventaja la mantiene, porque la carretera es tan amplia que en cualquier momento específico lo puedes pasar y ser tu quién de las pistas del camino.
¿Qué he aprendido?
Es una buena pregunta para que nos hagamos con frecuencia… ¿qué he aprendido hoy?, con mi pareja?, en el trabajo?, con el pedazo de jefe que nos gastamos?, con mis amigos?, haciendo lo que no era correcto?...
Las respuestas serán vivencias, y no estarán nada claras, porque una vivencia es como una torta, hay que dejarla reposar para podérsela comer. Lo que creemos que hemos aprendido de golpe es lo que menos tenemos claro en la vida, aunque sin duda la iluminación sobre un dilema o problema nos da una respuesta muy veloz que normalmente es correcta y se acerca al aprendizaje pero que muy pocas veces vemos nítidamente, y con aún más rareza la usamos.
Para responder a esta pregunta, qué ha sido el motor de este escrito, me ha tomado casi 11 años aprender que no puedo forzar a la vida, no la puedo presionar.
Por más que quiera que las cosas pasen de forma diferente, por más que quiera ponerle mi propio ritmo a la melodía, resulta que esto es una orquesta, y que la sabiduría radica en saber en qué momentos debes usar un tono y en qué momento otro para no salirte de la canción pero agregarle tu nota de sabor.
Nos guste o no, esto de estar vivos es un río donde todo lo que hacemos todos los días, desde nacer hasta morir influye en todos al mismo tiempo, es como una réplica de una onda en el agua. Cómo decía H. Hesse en Sidartha, para que el río suene tiene que traer las voces de todos: alegrías, dolores, tristezas, esperanzas, sueños, desencantos… Eso es lo que trae la vida, y lo que se lleva.
Me recuerda mucho mi aprendizaje al comienzo del Simarrillion de J.R.R. Tolkien, en un momento yo quise ser como Mordor, y ante la melodía perfecta de los Valares, sin darme cuenta, quise imponer mis propias notas, provocando desarmonía, ruido y perturbación, claro, me diferencia de Mordor que él lo hacía a propósito.
Creo que mucho tiene que ver ese ímpetu que siempre me ha caracterizado, una energía por querer crear y construir cosas, hacer y no parar… Es buena esa energía pero llegó el momento de enrumbarla por el cauce del río.
Recuerdo que cuando tenía 10 años estaba empeñado en una bicicleta, dibujaba bicicletas, gritaba por bicicletas, tenía etiquetas y muñequitos sobre bicicletas y mis padres odiaban las bicicletas y el peligro que representaban para mí… Me acuerdo que el primero en recibir una bicicleta en la casa fue mi primo, y yo pensaba “Coño me he jodido tanto, me he portado bien, y no tengo yo una bicicleta, y mi primo que le sabe a mierda andar sobre dos ruedas ya tiene una…”
Pasaron 6 años en los que olvidé el tema de la bicicleta, y me acostumbré a la idea de ser el único ser humano de mi calle que no sabía pedalear, hasta que en un concurso de televisión me gané no una bicicleta, ¡sino dos! Y tanto mi hermano como yo aprendimos a montar…
Ese fue el momento donde debí aprender mi lección, el tiempo de Dios es perfecto, y no tiene nada que ver con el tiempo humano, es más bien una suerte de eventos y situaciones donde por naturaleza todo se equilibra.
Pero uno es terco, y no aprende aunque viva las cosas, hasta que llega un momento en que el mensaje es tan claro que ya no puedes hacerle caso omiso.
¿Por qué respetar el tiempo Divino?
No es necesario que crea en Dios para respetar el tiempo divino, véalo como ese tiempo que es necesario en toda canción. Una melodía como la de la vida lleva las notas de cada uno de nosotros, pero a su vez tiene tiempo… Una melodía sin tiempo es ruido y así una vida sin respeto por el tiempo justo es un verdadero desastre.
Si quiere aprender cual es su tiempo Divino, y aprender a vivir a ese ritmo, le confieso que tendrá que armarse de ánimo y valor, porque en estos tiempos no es fácil medir el ritmo de nuestro tiempo Divino, podría pasar toda su vida tratando de encontrarlo y no ubicarlo. Estoy casi seguro que una forma de acercarse a la paz que proporciona la espiritualidad, esa paz interior, radica en aprender a medir su tiempo Divino y respetarlo.
Yo he emprendido la búsqueda, usted, ¿se atreve?
Vida Tiempo Estrés Desánimo Aprendizaje Impaciencia Espiritualidad Paz Interior Conocimiento
Vivencias…
Voy a romper con el cliché no por ser un pensador malcriado, sino porque realmente me parece que uno no sólo aprende de sus errores, también lo hace de sus aciertos y sobre todo de los empates, en donde al parecer nadie pierde y nadie gana.
Realmente creo que aprendemos de nuestras vivencias, en un porcentaje significativo, pero a la vez condicionamos lo que vivimos por las experiencias de los otros. Quién nos lleva más ventaja en el camino nos da pistas de la próxima curva, a veces lo escuchamos, y otras tantas queremos dar la vuelta como nos viene en ganas.
Y no siempre el mismo que tenía ventaja la mantiene, porque la carretera es tan amplia que en cualquier momento específico lo puedes pasar y ser tu quién de las pistas del camino.
¿Qué he aprendido?
Es una buena pregunta para que nos hagamos con frecuencia… ¿qué he aprendido hoy?, con mi pareja?, en el trabajo?, con el pedazo de jefe que nos gastamos?, con mis amigos?, haciendo lo que no era correcto?...
Las respuestas serán vivencias, y no estarán nada claras, porque una vivencia es como una torta, hay que dejarla reposar para podérsela comer. Lo que creemos que hemos aprendido de golpe es lo que menos tenemos claro en la vida, aunque sin duda la iluminación sobre un dilema o problema nos da una respuesta muy veloz que normalmente es correcta y se acerca al aprendizaje pero que muy pocas veces vemos nítidamente, y con aún más rareza la usamos.
Para responder a esta pregunta, qué ha sido el motor de este escrito, me ha tomado casi 11 años aprender que no puedo forzar a la vida, no la puedo presionar.
Por más que quiera que las cosas pasen de forma diferente, por más que quiera ponerle mi propio ritmo a la melodía, resulta que esto es una orquesta, y que la sabiduría radica en saber en qué momentos debes usar un tono y en qué momento otro para no salirte de la canción pero agregarle tu nota de sabor.
Nos guste o no, esto de estar vivos es un río donde todo lo que hacemos todos los días, desde nacer hasta morir influye en todos al mismo tiempo, es como una réplica de una onda en el agua. Cómo decía H. Hesse en Sidartha, para que el río suene tiene que traer las voces de todos: alegrías, dolores, tristezas, esperanzas, sueños, desencantos… Eso es lo que trae la vida, y lo que se lleva.
Me recuerda mucho mi aprendizaje al comienzo del Simarrillion de J.R.R. Tolkien, en un momento yo quise ser como Mordor, y ante la melodía perfecta de los Valares, sin darme cuenta, quise imponer mis propias notas, provocando desarmonía, ruido y perturbación, claro, me diferencia de Mordor que él lo hacía a propósito.
Creo que mucho tiene que ver ese ímpetu que siempre me ha caracterizado, una energía por querer crear y construir cosas, hacer y no parar… Es buena esa energía pero llegó el momento de enrumbarla por el cauce del río.
Recuerdo que cuando tenía 10 años estaba empeñado en una bicicleta, dibujaba bicicletas, gritaba por bicicletas, tenía etiquetas y muñequitos sobre bicicletas y mis padres odiaban las bicicletas y el peligro que representaban para mí… Me acuerdo que el primero en recibir una bicicleta en la casa fue mi primo, y yo pensaba “Coño me he jodido tanto, me he portado bien, y no tengo yo una bicicleta, y mi primo que le sabe a mierda andar sobre dos ruedas ya tiene una…”
Pasaron 6 años en los que olvidé el tema de la bicicleta, y me acostumbré a la idea de ser el único ser humano de mi calle que no sabía pedalear, hasta que en un concurso de televisión me gané no una bicicleta, ¡sino dos! Y tanto mi hermano como yo aprendimos a montar…
Ese fue el momento donde debí aprender mi lección, el tiempo de Dios es perfecto, y no tiene nada que ver con el tiempo humano, es más bien una suerte de eventos y situaciones donde por naturaleza todo se equilibra.
Pero uno es terco, y no aprende aunque viva las cosas, hasta que llega un momento en que el mensaje es tan claro que ya no puedes hacerle caso omiso.
¿Por qué respetar el tiempo Divino?
No es necesario que crea en Dios para respetar el tiempo divino, véalo como ese tiempo que es necesario en toda canción. Una melodía como la de la vida lleva las notas de cada uno de nosotros, pero a su vez tiene tiempo… Una melodía sin tiempo es ruido y así una vida sin respeto por el tiempo justo es un verdadero desastre.
Si quiere aprender cual es su tiempo Divino, y aprender a vivir a ese ritmo, le confieso que tendrá que armarse de ánimo y valor, porque en estos tiempos no es fácil medir el ritmo de nuestro tiempo Divino, podría pasar toda su vida tratando de encontrarlo y no ubicarlo. Estoy casi seguro que una forma de acercarse a la paz que proporciona la espiritualidad, esa paz interior, radica en aprender a medir su tiempo Divino y respetarlo.
Yo he emprendido la búsqueda, usted, ¿se atreve?
Vida Tiempo Estrés Desánimo Aprendizaje Impaciencia Espiritualidad Paz Interior Conocimiento
3 comentarios:
Sabes que hoy, por diversas razones, tuve que ir a un sitio que no conocía. Y claro, me equivoqué de dirección, no sabía donde estacionarme... En fin... Después de parar el carro, tuve que caminar, cruzar la calle y arriesgándome a ser atropellada, preguntar; y cuando me equivoqué de entrada me dije "¡Qué bruta soy!" pero una vocecita en mi cabeza me respondió: "No eres bruta, simplemente no sabías." Realmente esa voz tuvo razón. Lo que uno mismo considera una falla, es realmente un aprendizaje. Y la lección es no ser severo con uno mismo. Los días están hechos para aprender.
PD: Vas mejorando tu técnica en la acuarela. Me gusta mucho tu última obra.
Gracias Anis, a mi me encantan los escritos de tu blog. Los siento muy cercanos y simpáticos. Mucha razón llevas en tus palabras... A veces uno es muy duro con uno mismo, y no le hace mucho caso a esto porque cómo nadie reclama por la dureza, jajaja... Pasa desapercibido...
Yo estropee mucho papel antes de creer en mi.. pero tu al menos, crees en ti desde el principio
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